Permanecieron en silencio durante unos momentos. Paula descubrió que no podía mirarle a los ojos. La mirada de Pedro siempre había sido muy directa, y cuando se enfrentaba a su padre y a su hermano, nunca había mostrado indicios de sentirse intimidado por ellos. Ella siempre había tenido la impresión de que Pedro tenía la capacidad de leer en su alma, de leer sus pensamientos y secretos más íntimos y profundos.
¡Si ella tuviera el mismo poder con él!
—¿Cómo está tu familia? —preguntó ella, por fin.
—Bien. Mi madre se pasa todo el día cocinando para las vacaciones. Ahora Ángela estará con ella —explicó él—. Con toda la comida que preparan podrían alimentar a todo el barrio.
—¿Se ha casado Ángela?
Pedro ladeó ligeramente la cabeza.
—Sí, se ha casado. ¿Por qué?
—Simple curiosidad. Le escribí un par de veces desde la universidad, pero no me contestó —Paula se encogió de hombros—. Quería saber si había ido a la universidad.
—Sí. Allí conoció a Pablo, y se casaron hace dos años.
—Cada vez que pienso en las navidades me acuerdo de tu familia, Pedro. Siempre me ha gustado cómo las pasabais, cocinando y preparándolo todo, y jugando con los más jóvenes —sacudió la cabeza—. Os envidiaba.
—¿Qué era lo que nos envidiabas?
—En mi casa todo era siempre tan formal… el árbol y la decoración, los regalos para Tomas y para mí, siempre muy bien envueltos, la comida… Todo formal, sin sorpresas, sin risas. Pasábamos las navidades sin apreciarlas realmente, sin sentirlas.
—¿Qué tipo de sentimientos son esos?
Ella sonrió, y su expresión reflejó sus deseos.
—El amor, la risa, el compartir, el dar. Todas las cosas maravillosas que en tu familia ocurren todos los días.
—Nunca me di cuenta de que apreciabas lo que compartíamos —dijo Pedro. La estudió durante un momento, y después preguntó—: ¿Cuándo has llegado a Portland?
—Anoche.
—¿Y has venido a comprar los regalos?
—No —respondió ella, negando con la cabeza—. Ya los compré en Boston. No, he salido porque necesitaba salir de casa.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó él cortésmente, ignorando la fuerte corriente que fluía entre ellos.
—Ocupada, como siempre. Está muy contenta de que haya venido a pasar las navidades con ellos. Desde que mi padre murió, Tomas y ella siempre venían a verme al Este.
—Seguro que a tu hermano le gusta que hayas venido.
—Supongo que sí. Tomas y yo no hablamos mucho.
—Ya veo.
Había tantas preguntas que le quería hacer, tantas cosas que deseaba saber… Pero no era asunto suyo. Pedro Alfonso ya no era parte de su vida, y era evidente que él lo había aceptado. Paula creía que ella también lo había asumido. Y lo había hecho, sí. Pero sólo mientras estuvieran separados.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte? —preguntó él.
—Me voy el lunes después de Navidad.
—Entonces no estarás para Año Nuevo.
—No, tengo que volver.
¿Cómo era posible que estuvieran manteniendo aquella conversación como si no fueran más que dos viejos amigos que se encontraban después de cierto tiempo, como si no hubiera nada más entre ellos?
Pero, por supuesto, no había nada más entre ellos.
Su padre se había ocupado de ello, seis años atrás.
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