sábado, 24 de diciembre de 2016

CAPITULO 9




Con un sollozo Paula se despertó, temblando. Se sentó en la cama, intentando tranquilizarse. Había estado soñando otra vez. El mismo sueño que llevaba años persiguiéndola. 


¿Por qué su subconsciente insistía en recordarle lo que ella estaba intentando olvidar con todas sus fuerzas?


En su mente apareció la imagen de su padre, gritándoles a ella y a Pedro, e insultándoles con una fiereza que nunca habría sospechado en él.


Aún recordaba el temor que se había apoderado de ella mientras buscaba la bata caída en el suelo y su padre amenazaba a Pedro.


Había intentado explicar que estaban casados, pero en lugar de tranquilizarlo, sus palabras sólo consiguieron enfurecerle más. Su padre le recordó a Pedro que ella era muy joven, que no había terminado sus estudios y que su familia tenía muchos planes para ella. Después les dijo que pensaba anular su matrimonio y que, si intentaban impedírselo, él se encargaría de que ni Pedro ni su familia pudieran encontrar trabajo en toda la costa norte del Pacífico.


Después ordenó a Paula que se vistiera y bajara al vestíbulo, donde su hermano les estaba esperando.


Humillada, Paula se metió en el cuarto de baño, perseguida por los gritos de su padre y los intentos de Pedro de decir algo, sin éxito.


Cuando salió del cuarto de baño Pedro estaba de pie, con el torso desnudo, y ella no pudo evitar recordar los momentos íntimos que habían compartido la noche anterior. Fue hacia él, pero su padre la detuvo.


—No te acerques a él —le ordenó—. Baja y espérame.


Pedro la miró con expresión serena.


—No tienes por qué irte, Paula —le dijo—. No puede hacernos nada.


—¿Ah, sí? —le interrumpió su padre—. Ahora vas a saber lo que es tener problemas. Tengo bastantes influencias en esta zona para asegurarme de que tu familia y tú os veáis obligados a iros de aquí. ¡Deja en paz a mi hija!


Pedro continuó mirando a Paula, esperando su reacción.


La joven sólo estaba pensando en lo que acababa de decir su padre. Era cierto. Ella sabía muy bien que su padre destruía a sus rivales, y lo capaz que era de hacer lo mismo con los Alfonso.


—¿Pedro? —susurró ella, sin saber qué hacer.


—No te vayas, Paula. No puede hacernos nada. Ahora eres mi mujer.


El padre empezó a insultarles con las palabras más desagradables que Paula había oído en su vida. Pedro no se daba cuenta de lo que su padre era capaz de hacer, pero ella sí. Se dijo que no podía permitir que su padre destrozara al hombre que amaba y a su maravillosa familia.


—Oh, Pedro —empezó a llorar.


Pedro fue hacia ella, pero Enrique Chaves se interpuso.


—Baja, Paula. ¡Ahora! —gritó su padre. Paula temió que fuera a pegar a Pedro—. Quiero que salgas de su vida, Alfonso. Vosotros no estáis casados, y de eso me voy a encargar yo —miró a Paula—. Fuera de aquí.


Años más tarde, Paula todavía recordaba el murmullo angustiado de Pedro al verla dirigirse hacia la puerta.


—No te vayas, Paula.


Desde entonces no había vuelto a verle. Hasta dos días antes, cuando le reconoció en el centro comercial.


Su padre y su hermano se habían encargado de llevarla a casa, y el primero le había dicho que se olvidara de Pedro y del matrimonio.


Al día siguiente de Navidad Paula fue enviada al internado, y no volvió a hablar con su padre, que murió tres meses después de un ataque al corazón.


Ella asistió al entierro, pero no intentó ponerse en contacto con Pedro ni con su familia. Después de tres meses de silencio en respuesta a sus cartas, no tenía ninguna duda acerca de la respuesta de los Alfonso. Ninguno quería saber nada de ella.


Seis años después, ella estaba de nuevo entre ellos. Todos eran muy amables con ella, incluso Pedro, que la trataba como si aquel suceso no hubiera ocurrido nunca.


Paula, que se había encerrado en sus estudios durante los años siguientes, sabía que era responsable de la situación actual. Entre Pedro y su familia había elegido a su familia, y se decía que ya era demasiado tarde para cambiar eso.


Sabía que dejar a Pedro en un momento tan difícil había sido una traición a todo lo que habían compartido. Él parecía tratarla como a una antigua amiga. Cuando estaba con ella, estaba relajado y sereno. Y su actitud la estaba matando poco a poco. Cuando ella intentó hablar de lo sucedido, él la interrumpió diciéndole que ya no tenía importancia.


Miró el despertador. Eran casi las cuatro de la mañana. Por la tarde Pedro pasaría a recogerla para enseñarle su nueva casa. Se preguntó por qué quería estar con ella sin hablar de temas personales. Paula sabía que no podría estar mucho rato con él sin traicionar sus sentimientos.


Tenía la sensación de que los últimos seis años habían sido borrados del mapa y que era de nuevo aquella joven de dieciocho años que se echaba a temblar cada vez que lo veía aparecer.


Había cosas que no cambiaban nunca.




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