sábado, 24 de diciembre de 2016
CAPITULO 6
Pedro Alfonso permaneció despierto durante horas la noche que se encontró a Paula en el centro comercial. Repasó todas las palabras que habían intercambiado, buscando un indicio que pudiera hablarle de los sentimientos que abrigaba ella hacia él.
Los cambios producidos en Paula no le sorprendieron. Seis años era mucho tiempo. Se preguntó si en ese tiempo sus sentimientos por él habrían cambiado. No tenía la menor duda de que antes ella le amaba, pero se preguntó si también habría cambiado en eso.
Paula parecía haberse alegrado de verle. No podría decir qué impresión le había causado; había estado demasiado ocupado ocultando su reacción ante su repentina e inesperada aparición.
Después de seis años había perdido la esperanza de que regresara a Portland. Siempre había sabido que tarde o temprano tendría que hacer un esfuerzo para ponerse en contacto con ella una última vez, pero había ido posponiendo lo inevitable hasta que le resultase imposible negarse.
Pero ya no le quedaba otra alternativa. Paula estaba de vuelta y tenía que hablar con ella. Tenía que explicarle su silencio durante los últimos seis años. ¿Lo entendería? ¿Le afectaría?
Paula no le había preguntado por qué no había intentado comunicarse con ella ni dado ninguna explicación respecto a su silencio, y él no estaba preparado para oír que ya no tenía cabida en su vida. ¿Qué otra cosa podía esperar?
Seis años era mucho tiempo. Pedro mantuvo la palabra que había dado al padre de Paula, incluso después de su muerte. Su hermano, Tomas, había mantenido el trato por parte de la familia.
Pero se dijo que ya había llegado el momento de terminar con su situación y de dar un paso hacia una nueva vida.
Pedro dio media vuelta en la cama, tumbándose boca abajo, recordando.
Nunca olvidaría la primera vez que vio a Paula. Entonces ella era una niña tímida que a él le parecía un ángel de los que su familia ponía en el árbol de Navidad. Llevaba el pelo rubio largo y rizado, recogido en una cola de caballo, pero lo que más le atrajo fueron sus ojos azules que semejaban ventanas a las que podía asomarse para ver su alma, como si no tuviera secretos que ocultar.
Pedro se enamoró de ella ese mismo día, cuando ella tímidamente le ofreció agua fresca y unas galletas.
Se preguntó qué edad tendría ella entonces. Unos diez. Era como una muñeca de porcelana, y él deseó envolverla, llevársela a su casa y protegerla contra los duros golpes que le infligiría la vida.
Seguía sintiendo lo mismo, pero no sabía qué hacer. Quizá lo que Paula necesitaba era que la protegieran de él mismo, tal como había hecho su padre.
El caso era que Paula estaba en Portland y que había aceptado la invitación de ir a casa de sus padres. Era un comienzo. Se dijo que en adelante iba a tener que tocar de oído.
Se durmió pensando en los claros ojos azules que una vez lo miraron llenos de amor.
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